Ninguna ciudad es realmente «inteligente», pero todas deben esforzarse por llegar a serlo. Se trata de un proceso mucho más que de un estado. Y si la ilusión puede sostenerse en el caso de ciudades enteramente nuevas, como Songdo, en Corea (de la que volveré a ocuparme en breve), es en las ciudades existentes donde la evolución se percibe con mayor claridad. Y precisamente tal diferencia puede distinguirse mejor en Corea del Sur.
Ahí, el gobierno decidió volver más inteligentes sus ciudades desde 2004, mientras que el interés de Estados Unidos se originó a raíz de una invitación de Bill Clinton, en Cisco, en 2005 para utilizar su «savoir faire» en transformar las ciudades en más sustentables, más inteligentes. Los coreanos hablaban entonces de U-Cities (por ubiquitous cities) y su enfoque se basaba en la noción de ubiquitous computing o computación ubicua concebida para que el acceso a la información sea más fácil para todos, en todas partes y en todo momento.
«Arrancamos demasiado pronto», me confió Jong-Sung Hwang, quien, desde una posición u otra, ha participado en esos proyectos desde su inicio (ahora es responsable del Big Data Center). «Ni la tecnología ni el mercado estaban suficientemente desarrollados. Personalmente, considero que fracasamos.»
Echaron a andar 12 proyectos de ciudades inteligentes y sólo Songdo, según Hwang, resultó un éxito. Pero para mostrar bien que el concepto no es tan sencillo, Hwang distingue dos tipos de ciudades potencialmente inteligentes –las nuevas y las antiguas–, y dos niveles de esfuerzo –el de toda la ciudad y el del barrio.
Responsable de la información (Chief Information Officer) de Seúl entre 2008 y 2010, estuvo a cargo de volver más inteligente esa ciudad de 10 millones de habitantes, situada en el núcleo de una aglomeración de 25 millones, y donde se colocaron las primeras piedras hace 4,000 años. Hoy es la cuarta mayor economía metropolitana en el mundo, después de Tokio, Nueva York y Los Ángeles. Un desafío enorme, pues, a pesar de una infraestructura informática y una penetración de las tecnologías de la información y la comunicación de primer nivel. No bastaron.
«Creemos que necesitamos sensores, pero cuestan carísimos. No podemos darnos el lujo de instalar todos los que haría falta a fin de ofrecer un servicio ubiquitario óptimo. Instalamos algunos, por supuesto, pero no los suficientes, además de que su baja calidad convierte el asunto en un círculo vicioso», me explicó Hwang. «¿La lección?: por el momento no debemos enfocarnos en los sensores. Sí los necesitamos para recabar datos, pero se trataría de un escenario para el futuro. Hoy debemos apoyarnos en soluciones alternativas.»
Incapaz de instalar suficientes sensores para contar con una visión del tráfico en tiempo real, la ciudad de Seúl ha optado por dotar a todos los taxis de la ciudad de un sistema de pago electrónico (T-Money, una tarjeta que uno coloca en un receptor y puede recargase regularmente). 95 % de la población utiliza este medio ultra cómodo para sus transacciones ordinarias e incluso los turistas pueden conseguirla. Bastó con incluir en cada terminal un transmisor GPS y recopilar los datos de los 25,000 taxis que circulan por la ciudad en forma permanente.
La siguiente etapa consistió en tomar en cuenta una tecnología que no existía cuando Corea inició sus U-Cities: los smartphones. Estos dispositivos posibilitan, además, integrar mejor «la perspectiva ciudadana». Por ejemplo: en el proceso de volverse más inteligente, Seúl se sirvió, para diseñar las mejores rutas de los autobuses durante la noche, del análisis de los datos relativos a los sitios de donde procedía la mayor cantidad de llamadas telefónicas nocturnas vía móvil.
«La población se sintió complacida de nuestra solución al saber que tomábamos las decisiones basados en el Big data», precisó Hwang. Una ventaja que valora más la mentalidad abierta que la tecnología misma.