A falta de una verdadera política de «ciudad inteligente», México se ha provisto de un laboratorio para «crear una cultura de colaboración entre la sociedad civil y el Gobierno del Distrito Federal (GDF)», me dijo Gabriela Gómez-Mont, quien es la responsable.
«Funcionamos como un «think-tank» creativo que cuenta con amplias atribuciones transversales», prosiguió durante la entrevista que sostuvimos en sus instalaciones. Digamos que carece de presupuesto, pero puede trabajar directamente con las dependencias del GDF que así lo deseen.
De reciente aparición, el LabPLC (Lab para la ciudad, @LabPLC) fue creado en marzo de 2013 como un «espacio experimental» para pensar y crear la ciudad del mañana «generando diálogos y complicidades entre el GDF, la sociedad civil, el sector privado y las ONG», detalla en su sitio oficial.
Soberbia intención, pero es aún demasiado pronto para poder medir los logros.
Quedan los proyectos y las propuestas. El LabPLC tiene 7 que van desde la concepción del gobierno como plataforma, hasta el desarrollo de la «resiliencia» (capacidad de reconstruirse después de una catástrofe), esencial en razón de los «caprichos geológicos», es decir de los terremotos, me dijo Gómez-Mont.
Sobre este último punto, por ejemplo, el Lab trabaja con Ushahidi.com (plataforma crowdmapping keniana) –probada en Haití y Fukushima, entre otros lugares– para generar los escenarios de intervención de la sociedad civil tras una crisis severa. La idea consiste en establecer de manera provisional una infraestructura social que se apoye en sectores de la población involucrados en labores comunitarias.
Se parte del hecho de que «la crisis es un enemigo común» que contribuye al «resurgimiento del espacio social». Esto es lo que ocurrió luego del terremoto de 1985, como pude constatarlo personalmente en aquella época. Pero la dificultad estriba, en este caso, en trabajar en ello anticipadamente, es decir, sin un enemigo común de facto, sin una catástrofe.
De hecho el LabPLC concede muy poca importancia a las tecnologías de la información y la comunicación. «Hay que poner en jaque el término de smart city«, opina Gómez-Mont: «utilizar las TIC sin ceder a la oferta de despliegue de una infraestructura masiva».
Coherente con su discurso, ella empezó por crear un espacio de diálogo público en la terraza del LabPLC. Pero la tecnología no está del todo ausente puesto que la municipalidad está organizando un «Festival de data» para la creación de apps de procesamiento de datos suministrados por la política de «ciudad abierta» de México.
El Lab hasta emplea desarrolladores en el marco del programa «Código para la Ciudad de México». Están encargados de perfeccionar las aplicaciones para las direcciones que lo soliciten, y ya produjeron una, por ejemplo, que permite ubicar las clínicas adonde someterse a pruebas de detección del VIH-SIDA.
«Los llamamos programadores ciudadanos», me dijo Mario Ballesteros, responsable de comunicación del laboratorio.
Y la idea va más lejos. A la infraestructura en cables y servidores propuestos por las grandes empresas (IBM, Cisco y las otras), opone la noción de «soft infrastructure» formada por los talentos ciudadanos conectados. «No todo puede abordarse a un nivel macro. Los cambios a pequeña escala cuentan mucho en la manera como las cosas se mueven y pueden tener un impacto enorme al cabo de algunos años».
Depender, pues, del efecto mariposa para mover a la sociedad. ¿No es ese el sueño de todos los activistas que no luchan directamente por la toma del poder? En el debate sobre la transformación de nuestras ciudades, la Ciudad de México apuesta por la participación ciudadana de cara a la instalación de infraestructuras pesadas. Pero sin poner dinero. Esto podría ser, a pesar de todo, una buena manera de atender el problema… bajo dos condiciones: no retrasarse mucho en la implementación de herramientas informáticas clave, y crear una auténtica cultura y práctica de la participación, tanto en la sociedad como a nivel de gobierno.